Senda de Izarbe

Naturaleza hecha arte

Rojos, amarillos, verdes, azules y blancos.
Los colores de la tierra y del cielo, del fuego y del aire.
Colores que en la Senda de Izarbe se integran en el paisaje, resaltando las formas de las rocas, árboles y losas que se van descubriendo a lo largo de un trayecto de una hora y media de tranquila y suave caminata.

La senda de Izarbe es una actuación artística en la que la naturaleza es el lienzo donde Maribel Rey ha querido plasmar, la que hasta ahora es, su gran obra de arte. Un sendero que se adentra por la antigua cabañera de ganado que une Caldearenas, localidad de residencia de la artista, con Anzánigo, pasando por Rasal, en la comarca del Alto Gállego.

Un sendero en el que los colores, pintados por la mano del hombre, transforman el paisaje, dándoles una nueva perspectiva e integrándose en su propio soporte: la naturaleza.

Senda de Izarbe

 

Las Cuevas

Unos pequeños letreros de madera indican la dirección de la senda de Izarbe. A un kilómetro de Caldearenas, aproximadamente, el camino se va haciendo cada vez más espeso. Un río, robles, bojes y en una roca, dos colosales y coloristas figuras dan la bienvenida al caminante. Aparentemente son indios de las antípodas, que saludan con una bandeja de frutas en la mano, al estilo de Gauguin. Podría decirse que aquí empieza la primera etapa de este sendero que despierta todos los sentidos. "Esta fase es más parecida a las decoraciones de las cuevas", comenta Maribel Rey.


El terreno es propicio para ello. Rocas que asemejan cavidades decoradas con ciervos, dinosaurios y pequeños guerreros armados con lanzas y escudos, como en las cuevas de Altamira. Los rojos de las pinturas resaltan las formas de las piedras y los verdes se adentran en la vegetación."Aunque los colores hagan pensar que son dibujos indios, lo cierto es que todo está extraído de las antiguas ruecas de hilar y de las portadas de piedra que el Museo del Serrablo ha recopilado de la arquitectura pirenaica", señala la autora.

Senda de Izarbe, señalización

 

En el bosque

La zona arbolada va desapareciendo según va asciendo el sendero empedrado que formaba la antigua cabañera. La vía del Canfranero va paralela al camino y el ruido del tren al pasar se funde con el canto de los pájaros que invaden la zona.

Una losa roja y una pequeña cueva decorada dan paso a un bosque, donde las ramas y las hojas verdes se entremezclan con las cintas tintadas de azul, blanco y rojo, que con los claros y las sombras del sol de la tarde juegan a dibujar distintas formas en el contraluz. Las cintas rodean la corteza, saltan por las ramas y conectan los árboles que de por sí están separados.

"Cuando visité el bosque de Ibarrola me quedé impresionada. Quería hacer algo parecido, pero los árboles de aquí tienen mucha corteza y no iba a quedar bien. Además, no quería dañar la naturaleza", explica Maribel.


El atardecer

Los curiosos ojos del caminante descubren la espectacularidad de esta "natural" obra de arte en un barranco circular.

Las formas coloreadas de las rocas varían según la luz y según se va avanzando hacia la concavidad del cañón.

El azul se aúna con el cielo y el blanco con las nubes, que casi siempre y de manera tímida, aparecen en las cumbres cercanas del Pirineo Aragonés Occidental.

Los verdes, los rojos, los amarillos, más cercanos a la tierra, se ocultan en recovecos que se descubren al girar por el sendero o se abren paso entre la vegetación.

Las rocas cobran vida, se mueven ante los ojos del visitante y sirven de soporte a los mosaicos de lagartos y reptiles que se expanden por las paredes y las losas que se asoman al camino.

Poco a poco las rocas se van ocultando, dejando entrever los vivos colores que antes se mostraban con todo su esplendor.

Al final, en un descampado, una "S", construida con piedras fijadas al suelo señala el lugar donde una antigua caseta de pastores despide al visitante.

Aquí, la senda deja de ser arte y se convierte en enseñanza, en la caseta convertida en un centro de interpretación del pastoreo.

El regreso se realiza por un camino más corto, arbolado y que oculta las pinturas, cintas y mosaicos que han llenado la imaginación de aquellos que han visto el arte de Maribel apropiarse del paisaje, respetando la naturaleza y cambiando la visión que hasta ahora tenían de este rincón del Alto Gállego.

Texto:  Ainhoa Camino